La ley del libro define el libro mexicano como “toda publicación unitaria no periódica que tenga un ISBN que lo identifique como mexicano”. Eso es un dislate. Desde el punto de vista de la educación y la formación, un libro mexicano no es simplemente el que se publique en México, sino el que esté escrito, traducido, adaptado, ilustrado, diseñado por gente que trabaje en México. Una editorial mexicana no es la que simplemente tenga un acta constitutiva legalizada en el país, sino la que tenga un acervo donde predominen claramente –un 70%- los autores, traductores, ilustradores, diseñadores que viven y trabajan entre nosotros. Esos autores y esas editoriales son las que la ley del libro debe proteger y patrocinar. Esos autores y esas editoriales son los que fortalecen y perfeccionan nuestra independencia.
jueves, 6 de mayo de 2010
Proteger nuestra independencia por Felipe Garrido
Proteger nuestra independencia
por Felipe Garrido
Desde su fundación en 1921, hasta la llegada a la presidencia de la República de Vicente Fox, la Secretaría de Educación Pública editó siempre diversas colecciones bibliográficas, con la intención de que llegaran a los niños y a los adolescentes de México, así como a sus familias, libros que los editores privados no publicaban por una variedad de motivos que a final de cuentas se resumen en uno solo: no eran suficientemente comerciales.
Esa rica tradición de ediciones incluye muchas colecciones de valor, que circularon en las escuelas de manera gratuita, y entre las capas populares a precios muy accesibles, como Colibrí, SepSetentas, Lecturas Mexicanas, Letra y Color… por mencionar unas cuantas.
Estos libros fueron escritos, traducidos, ilustrados, adaptados, revisados, diseñados por artistas e intelectuales que trabajan en México. Al encomendárselos, la SEP contribuyó a afianzar la independencia del país mediante el desarrollo de sus artistas e intelectuales (la fuerza de trabajo intelectual en el país), y al poner en manos de los niños y jóvenes obras importantes, en cantidades y a precios que hicieron posible extender la lectura a capas de la población que, en general, quedan excluidas de sus beneficios.
Muchas veces, además, estas colecciones fueron coediciones entre la SEP y la industria privada. Así, por ejemplo, Colibrí fue una coedición con Salvat, las series segunda y tercera de Lecturas Mexicanas fueron coeditadas con un amplio grupo de editoriales, al igual que otras publicaciones aisladas y colecciones dedicadas a las canciones del país, a su teatro y su música, a la novela histórica. Con esto se apoyó a las editoriales auténticamente mexicanas y se contribuyó a mexicanizar editoriales en cuyos acervos la obra de los artistas e intelectuales que trabajan en México está escasamente representada.
Un caso especial, por la importancia de sus tirajes y porque estos libros llegaron gratuitamente a las escuelas públicas de todo el país, fueron los Rincones de Lectura, programa para el que la SEP produjo libros de 1986 a 2000.
En sus 14 años de vida, Rincones de Lectura publicó 496 títulos y 919 reimpresiones: 1,415 publicaciones. De éstas, 541 fueron propias (38.23%), 545 con editoriales mexicanas (38.51%) y 329 con editoriales extranjeras (23.25%). Si se toma en cuenta el número de ejemplares, las proporciones no cambian: 43’920,250 en total, con 17’494,700 de producción propia (39.8%), 16’805,000 con editoriales mexicanas (38.26%) y 9’620,550 con editoriales extranjeras (21.9%).
Rincones de Lectura apoyó a escritores, traductores, adaptadores, ilustradores y diseñadores que en México se dedican a hacer libros, sin que ello haya significado volverse de espaldas al mundo, pues un tercio de los títulos (31.45%) se hicieron con editoriales extranjeras. La preocupación primordial de Rincones de Lectura, sin embargo, no fue repartir libros, sino trabajar con los maestros para hacerlos lectores y para que pudieran aprovechar los libros repartidos, como mediadores ante los alumnos.
En 2001 Rincones de Lectura fue sustituido por el programa de Bibliotecas de Aula, donde 80 de cada cien de los casi cuatro mil títulos incluidos hasta ahora son de escritores, traductores, adaptadores, ilustradores y diseñadores extranjeros. Con estas bibliotecas, el gobierno federal ha dado la espalda a las editoriales, los artistas e intelectuales mexicanos, para patrocinar a intelectuales y artistas que viven y trabajan en otras naciones. Las Bibliotecas de Aula son un programa suicida porque no apoya la fuerza de trabajo intelectual del país, ni a las editoriales cuyos acervos son obra de la gente que trabaja en México. Lo es también, además, porque Bibliotecas de Aula ha reducido drásticamente el trabajo con los maestros. Las Bibliotecas de Aula son una manera paradójica de celebrar el bicentenario de nuestra independencia socavándola en su punto más sensible: la formación de nuestra niñez, de nuestra adolescencia.
No se trata de menospreciar el papel de los editores privados. Lo que creo es que el gobierno mexicano puede orientar su labor para que ocupen a los intelectuales y los artistas que trabajan en México. Si la preferencia de la SEP por traducciones y por ilustraciones hechas en México fuera clara, por ejemplo, los editores buscarían a esos traductores y a esos ilustradores en el país. Las compras masivas que hace la SEP inclinarían a las editoriales a encargar estos trabajos en el país.
No es eso lo que promueve la ley del libro actualmente aprobada, y cuyo reglamento se encuentra en revisión. Esta ley ignora al libro como un producto cultural y no toma en cuenta a quienes lo hacen; lo considera únicamente en su aspecto comercial. La ley del libro ha creado una cortina de humo con el affaire del precio único -algo que no nos dará un solo lector más- para deslizar una definición de libro mexicano que perjudica a los autores mexicanos y beneficia a quienes están interesados, para que su inversión rinda más, en traer el trabajo de gente que está fuera.
La ley del libro define el libro mexicano como “toda publicación unitaria no periódica que tenga un ISBN que lo identifique como mexicano”. Eso es un dislate. Desde el punto de vista de la educación y la formación, un libro mexicano no es simplemente el que se publique en México, sino el que esté escrito, traducido, adaptado, ilustrado, diseñado por gente que trabaje en México. Una editorial mexicana no es la que simplemente tenga un acta constitutiva legalizada en el país, sino la que tenga un acervo donde predominen claramente –un 70%- los autores, traductores, ilustradores, diseñadores que viven y trabajan entre nosotros. Esos autores y esas editoriales son las que la ley del libro debe proteger y patrocinar. Esos autores y esas editoriales son los que fortalecen y perfeccionan nuestra independencia.
Todas las naciones de la Tierra, con la excepción de nuestro país, por razones culturales y económicas, protegen a sus jóvenes evitando que los libros que se les destinan estén hechos en otros países y den preferencia a formas del lenguaje y a imágenes que nos son ajenas. Todas las naciones de la Tierra, con la excepción de nuestro país, por razones económicas y culturales, protegen a sus editoriales y a sus artistas, técnicos e intelectuales.
Todas las naciones de la Tierra, con la excepción de México, han sido capaces de desarrollar un cuerpo de leyes que protege a sus autores y sus editoriales, su soberanía y su independencia, su economía y su identidad. El gobierno mexicano ha no solamente permitido esta colosal invasión de libros, la ha financiado; ha utilizado el dinero de los mexicanos para patrocinarla.
Uno debería pensar que los legisladores mexicanos serán capaces de encontrar la forma de cuidar los intereses de las editoriales que son realmente mexicanas, de los intelectuales y los artistas que trabajan entre nosotros pues, a final de cuentas, esos intereses son los de nuestra nación. No estaría mal celebrar el bicentenario buscando esta independencia, sin la cual todas las demás serán cada vez más dudosas.
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