martes, 29 de diciembre de 2009

Reseña "El crimen de la calle Aramberri: Una cuestión de perspectiva". Por Elizabeth Moreno Rojas



Próxima lectura del Club virtual de La Sociedad de los Lectores Justos en Facebook.
"El crimen de la calle Aramberri" de Hugo Valdés, Editorial Jus/Universidad Autónoma de Nuevo León, 2008, págs. 251 (ISBN 978-607-412-088-0). Cuesta 169 pesos. El lunes 11 de enero 2010 empezaremos a leer y el foro de debate se abrirá el día 8 de febrero 2010 (son 4 semanas de lectura).

El crimen de la calle Aramberri: Una cuestión de perspectiva
Por Elizabeth Moreno Rojas.

En México, la novela negra cuenta con muy pocos exponentes, a pesar de que en Estados Unidos, lugar donde surge el género -con Dashiell Hammett y Raymond Chandler- tiene más de setenta años. No obstante, los pocos escritores mexicanos que han incursionado en la también denominada novela del crimen, lo han hecho con éxito como Rafael Bernal, Rafael Ramírez Heredia, Paco Ignacio Taibo II, Élmer Mendoza y Hugo Valdés, autor de "El crimen de la calle Aramberri", novela negra "norteña" publicada por primera vez en 1994 (Ediciones Castillo) y que llega este año a su tercera edición. (Nueva edición: Jus/UANL, 2008.)
Ubicado en el difícil año de 1933, este relato despliega su trama en la ciudad de Monterrey, donde ocurre un brutal asesinato de dos mujeres, Antonia Lozano y su hija Florinda Montemayor, para robar lo que el padre, empleado en la Fundidora, había conseguido ahorrar hasta entonces: cuatro mil pesos en oro. Un detective, Inés González, impresionado por la masacre, es el encargado de investigar quiénes cometieron el asesinato y cómo lo hicieron. El crimen, asunto del texto, es un suceso real, igual que muchos de los acontecimientos principales. Las víctimas, los asesinos y varios de los personajes, antes de ser desdibujados por el inexorable tiempo y convertidos en entes de ficción por la escritura de Valdés, vivieron en la entonces pequeña urbe regia. La soledad, la ira y el dolor de Delfino Montemayor, padre y esposo de las víctimas; la conmoción, el miedo y el morbo de la sociedad, pertenecen, también, a la realidad, pero todo lo demás es ficción, es decir, artificio, forma, técnica, y en ello reside el valor de esta obra. Así, el autor ha transformado un hecho verídico en un mundo de ficción cuya realidad se sostiene y se basta a sí misma a través de un impecable juego de voces y perspectivas encargadas de erigir este universo narrativo y sus siniestras sombras. Antes de la novela de Hugo Valdés, el periodista Eusebio de la Cueva publicó, un mes después del crimen, la crónica correspondiente. Sin embargo, como su objetivo fue más bien satisfacer la curiosidad y el morbo que el doble asesinato provocara en la creciente población regiomontana, su texto, de unas ochenta páginas, tuvo una fortuna efímera. Puesto que, según señala María Isabel Filinich, "un edificio de grandes proporciones exige una determinada distancia del punto de observación, de manera análoga un asunto trascendental requiere distancia temporal para ser observada con precisión"; la distancia temporal le permitió a Valdés una exhaustiva investigación de la causa judicial, los partes forenses y los periódicos de su tiempo. El resultado: la escritura de esta excepcional novela, que como un homenaje lleva el mismo título de la crónica mencionada. Un relato literario no es un simple reflejo de la realidad. Si bien el escritor abreva en ella y tiene como modelo un mundo de acción y pasión humanas, debe someter su trabajo a los artificios de la ficción. Sólo el discurso ficticio redescubre el mundo. Escribir literatura es crear, imaginar e inventar un mundo posible en el cual sus criaturas accionan y se apasionan. Por otra parte, el autor de novelas negras tiene ante sí el reto de conferir a un hecho horroroso el estatuto de estético. Así, el homicidio, la muerte, la sangre, la inocencia desgarrada, la mano que degüella, la miseria, la corrupción, la pena, serán elementos que deben atrapar y fascinar al lector no sólo por cómo funcionan temáticamente en la historia, sino por la técnica con que se cuentan, por los recursos discursivos y narrativos que los transforman, en este contexto, en literarios.

¿Novela negra o novela policiaca?

En su esclarecedor libro "El género negro", Mempo Giardinelli señala que en la actualidad la novela policiaca tiene dos grandes vertientes: la clásica y la llamada negra. Para este gran conocedor del tema, lo que es propiamente el género se presenta en aquella novela en la cual hay un enigma (un crimen en un cuarto cerrado) que un detective, mediante el ejercicio de la lógica, tratará de resolver para así descubrir al asesino o asesinos de la víctima. En estos relatos no hay ningún interés por evidenciar las motivaciones psicológicas o sociológicas del delito y el crimen no es el tema central, sino el motivo para mostrar la destreza del pensamiento racional del detective. En la vertiente negra, en cambio, el crimen es el tema central de la novela, la cual se caracterizará "por la dureza de su texto, de sus personajes, por cierta brutalidad y un descarnado realismo en la actitud vital de sus protagonistas", que se expresa igualmente en un lenguaje realista y violento. (Por estos últimos rasgos, Giardinelli afirma que la novela negra "pone los pies sobre la tierra".) Elementos también característicos de este género son "la lucha por el poder político y/ o económico, la ambición, el individualismo, la violencia, el sexismo y el dinero, productos todos de una sociedad corrupta y en descomposición". En la obra que nos ocupa, si bien la narración parte del enigma clásico del cuarto cerrado, el crimen es sólo el inicio de una historia en la que, además de desentrañar cómo se cometió, intentará explicarse cómo un individuo puede llegar a agredir, hasta matar, a otro, con tanta violencia y brutalidad. Algunos críticos dicen que la novela negra es una especie de radiografía social, pues se basa en la interpretación y descripción de la realidad actual donde el delito, en sus diferentes expresiones (robo, asesinato, secuestro, violación, corrupción, etcétera), es un suceso cotidiano, nos guste o no. En ella también, dada esa pretensión de realismo, se muestra a los individuos desde su lado oscuro, presentando siempre una galería de debilidades humanas, de conflictos y pasiones. De ahí la violencia como rasgo connatural al género. En el relato de Valdés, el modo tan brutal con que se comete el crimen de las mujeres (ambas son acuchilladas y degolladas); la forma tan expeditiva y fría en que se castiga a los asesinos; el poder de las instituciones como el Gobierno y la Iglesia; la traición entre los asesinos; la ambición del dinero; son los hilos pasionales con los que el autor ha tejido este entramado, definitivamente, negro. En "El crimen de la calle Aramberri", no obstante que los asesinos mueren, uno intuye que el destino de Monterrey, como el de toda ciudad que crece en este país, es el de la inseguridad, el temor y la violencia. La urbe ha quedado marcada por un antes y un después a partir del doble crimen: nunca más se volverá a tener la misma confianza en el otro y el miedo y la zozobra serán parte de la vida cotidiana.

Tiempo y espacio

La novela de Hugo Valdés, atendiendo al aspecto espacio-temporal, se despliega como un laberinto por su entramado discontinuo y las frecuentes rupturas, retornos y traslapes del flujo narrativo. La historia se construye a través de la yuxtaposición y el montaje de varios fragmentos, conformando así secuencias que se inscriben dentro de coordenadas espacio-temporales distintas con una cierta combinación de actores y una función temática diferente. Todos estos juegos inciden, primeramente, en el tempo narrativo del relato literario. En algunos casos, sobre todo en los diálogos y descripciones detalladas, lentifican o retardan el ritmo de la prosa, mientras que en otros se aumenta la intensidad rítmica en un tempo narrativo dinámico, casi dramático, donde se cuentan muchas cosas en unos cuantos párrafos. Por otra parte, las figuras temporales que hace el narrador, como responsable de la selección y del orden de las acciones, tienden a la búsqueda de la simultaneidad. La yuxtaposición de escenas y los juegos con el tiempo parecen difuminar la sucesividad, propia de la narrativa canónica, dando la impresión, a veces, de estar frente a una especie de relato cinematográfico. Pero el tiempo en una novela no puede convertirse en entidad palpable si no es a través del espacio. Tiempo y espacio forman una unidad indivisible, pues todo lo que ocurre en una historia sucede en algún lugar. Hay lugares que sólo existen en los mundos creados por la literatura, por lo cual sus nombres no remiten a ninguna entidad geográfica del mundo real: Comala, de Juan Rulfo; Macondo, de Gabriel García Márquez; Santa María del Circo, de David Toscana. Hay otros, sin embargo, designados con el nombre de entidades reales: Tijuana, de Crostwhaite y Campbell; Culiacán, de Élmer Mendoza; Coahuila, de Daniel Sada; Mazatlán, de Juan José Rodríguez; Monterrey, de Eduardo Antonio Parra y Hugo Valdés. En cualquiera de los dos casos, aunque no se les describa, nombrarlos es ya "suficiente para proyectar un espacio ficcional concreto, ya que el nombre propio es, en sí mismo, una descripción en potencia". Sin embargo, cuando el espacio nombrado posee un referente extratextual, el nombre propio adquiere una significación que se comparte culturalmente, pues funciona como una condensación de toda la información que el lector tiene sobre este lugar, aun cuando no haya estado en él, pero que le han proporcionado mapas, filmes, libros, postales, fotografías, descripciones, las cuales constituyen lo que A. J. Greimas denomina "referente global imaginario". Al mismo tiempo, en el decurso de una historia ficticia el espacio va particularizándose a través de la selección de detalles con los que el autor lo describe, por lo cual le confiere un matiz individual que le permite crear una representación única. Entonces, el Monterrey descrito por Hugo Valdés no es idéntico al que ostenta en la realidad ese nombre, aún cuando se describa con una serie de recursos que aspiran al mimetismo, a la copia de la realidad, pues el texto literario va construyendo su propia representación espacial, su referencia intratextual. Así, si el nombre propio es el mismo, los lugares designados no lo son, no sólo porque uno existe fuera del texto y el otro es mera arquitectura verbal, sino por el uso de estrategias y modelos descriptivos particulares que le permiten al escritor esculpir su propia visión de la ciudad. Siguiendo con esta premisa, el Monterrey donde se desarrolla la historia de Hugo Valdés representa el destino de toda ciudad moderna: el de la violencia -aún en manos de la justicia-, la inseguridad y el temor. Una ciudad que el 5 de abril de 1933 se descubre moderna, y por lo tanto, vulnerable. Al igual que el tiempo, dos grandes espacios cruzan e informan el relato: el espacio de la seguridad y la confianza, situado en el pasado; y el aquí y ahora de una ciudad amenazada por el crimen y la desconfianza en el otro. Las constantes menciones a la casa del crimen y la calle Aramberri hacen de este lugar la referencia privilegiada del descriptor como punto de partida para iniciar la representación física de la ciudad; desde ahí se instalará y desplegará poco a poco el espacio a través de la enumeración de calles, edificios, comercios, iglesias para, finalmente, proyectar en el lector una construcción totalizadora en donde convergen la ciudad real y la imaginada por Hugo Valdés. La segunda representación del espacio es aquélla que se superpone a la primera: el laberinto de itinerarios que confluyen en una imagen de confusión y desconcierto, de desorientación y desorden; un espacio que de la noche a la mañana se descubre otro, vulnerable y vulnerado, amenazante y amenazador. En este Monterrey, no sólo los personajes femeninos sino también la propia ciudad van al encuentro de su destino de víctima y victimaria, ya que después del crimen de la calle Aramberri cualquiera de los ciudadanos que la habiten puede llegar a matar, pues -como afirma Giardinelli- no hay un modelo humano de criminal: "lo que hay son circunstancias que llevan al hombre a cometer un crimen. A cualquier hombre. A usted o a mí". Como sabemos, la ciudad en tanto tema literario tiene una gran tradición, pero en la novela negra adquiere una significación especial porque el espacio urbano tiene como protagonista al crimen, en cuyo seno el autor convoca las debilidades humanas para confrontarnos especularmente con nuestros temores o deseos más íntimos, aún los más bajos. El crimen es entonces el espejo al que nos asomamos para ver nuestras múltiples contradicciones como la culpa y el deseo, la fascinación y el horror ante la muerte, el pudor y el descaro, la lucha entre la conciencia y los impulsos, realidad abrumadora que se impone en un modo de vivir, de moverse y sentir la ciudad. El Monterrey del crimen de la calle Aramberri es un espacio ficticio objetivado a través del lenguaje, sí, pero es un espacio que nos cuestiona y nos obliga a interrogar y repensar el destino de nuestras sociedades modernas.

Deudas y méritos

Me parece que la novela negra mexicana, en general, ha hecho innovaciones de todo tipo, tal vez por pertenecer a otra tradición literaria, pero su base sigue siendo la norteamericana. En el caso de Hugo Valdés, por ejemplo, hay un diálogo intertextual entre su novela y A sangre fría, de Truman Capote, pero también, al menos en el modo de proyectar el punto de vista espacio-temporal, Juan Rulfo pesa allí mucho. Además, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez inciden en la construcción de la perspectiva y la trama, en la fusión y con-fusión entre la voz y la mirada que provocan una atmósfera de incertidumbre, también un signo de la novela contemporánea, pues el narrador ya no pretende ni contarlo ni saberlo todo. Estas innovaciones, sin embargo, no dejan a la novela fuera del género. El autor pone en juego todos los recursos de la narrativa moderna para conseguir otra forma de abordar lo policiaco; es decir, al mismo tiempo que se inserta en su tradición, abre otras posibilidades estéticas al género sin descuidar lo fundamental de la novela negra, que es inquietar al lector al confrontarlo con sus propios temores y llevarlo hacia ese ámbito atroz que irrumpe en la calma aparente de la cotidianidad. De allí que esta novela negra mexicana sea, sin duda, un extraordinario relato literario, un thriller de factura impecable que mantiene ese interés creciente que produce la lectura del texto perfecto por su técnica y su trama.

Autora
Elizabeth Moreno Rojas, nacida en Allende, Nuevo León, es egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Actualmente se desempeña como catedrática de la Universidad Autónoma de Sinaloa, donde dirige un seminario de narrativa norteña contemporánea.

Fuente
El presente texto pertenece a un ensayo más amplio que apareció en el libro "El norte y su frontera en la narrativa policiaca mexicana", editado por Plaza y Janéz en el año 2006. Cuando este artículo fue escrito el libro de Hugo Valdés -originalmente editado en 1994 por Ediciones Castillo- ya llevaba su tercera reimpresión. La nueva y aumentada edición de Jus y Universidad Autónoma de Nuevo León se realizó en 2008 y trae como material complementario un mapa de Monterrey de 1933 y todas las portadas de los periódicos que dieron la noticia de los asesinatos en Monterrey para la época. Este ensayo fue publicado en forma electrónica en el portal Género policiaco.

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